Una dieta adecuada

La salud de una iguana depende principalmente de una correcta alimentación. Su dieta ha de ser muy variada y rica en vitaminas y proteínas. Es imprescindible que la comida sea cortada en pequeños trozos antes de ofrecérsela, puesto que así se facilitará su digestión. En cuanto a la temperatura, debe estar templada.

 

Las iguanas son animales herbívoros, por lo tanto hay que evitar darles de comer alimentos de origen animal. Además, existen ciertos vegetales que no tienen que ingerir como espinacas, apio, coliflor o brócoli. Se trata de verduras con altos contenidos en ácido oxálico que no puede ser metabolizado por el lagarto. También resulta nociva la tanina, contenida en zanahorias, plátanos, uva, lechuga, ruibarbos o cebollas. Pero ante todo, hay que procurar que la iguana no coma lechuga porque, además de que no aporta vitaminas, proteínas, calcio ni fósforo, le quita el apetito.


Por otra parte, hay que intentar que el cuenco de la comida esté siempre lleno, porque las iguanas comen a cualquier hora. Asimismo, hay que lavarlo diariamente con cada cambio de comida, ya que es posible que se desarrolle un hongo que ocasionaría problemas digestivos al animal.

 

Alimentos permitidos

La dieta de la iguana debe incluir altos porcentajes de vitamina D, calcio y fósforo para impedir que este reptil se contagie de MBD, una enfermedad metabólica de los huesos. Así, se debe dar de comer al reptil por la mañana a base de remolacha, nabo, perejil, hojas de mostaza, flores de diente de león, hojas de hibisco, hojas de ficus, flores de rosa, brotes de mora, rabanitos, calabaza, tomate, espárrago, pepino y batatas.

 

También puede digerir frutas como higo, papaya, mango, frambuesa, manzana, kiwi, melón, sandía, pera, ciruela y fresa. Uno de los componentes imprescindibles en la dieta de una iguana es el agua, que debe ser cambiada todos los días para evitar el crecimiento de bacterias, puesto que defecan en ella.

 

Cuando una iguana no come correctamente, hay que preocuparse. Esto se puede deber a diferentes motivos, unos más peligrosos que otros. Algunos de ellos son: problemas metabólicos, intestinales, parásitos o estrés. Aunque también se puede deber a una alimentación inadecuada, infecciones o exceso/defecto de humedad. Por otra parte, puede tratarse de un síntoma de embarazo. En cualquier caso, hay que llevar al animal lo antes posible al veterinario.

 

 

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